Trujillo es tema permanente en el debate histórico y político del país. No es para menos, su dictadura de 31 años ha marcado al pueblo dominicano. El debate se da en torno a dos visiones: los que condenamos al sátrapa y consideramos que su legado es terriblemente negativo para nuestra sociedad, y los que defienden la tiranía bajo el truco argumentativo de que hay dos Trujillo, el criminal y el constructor de un nuevo país por el cual debe ser reconocido.
Con el proceso de democratización del país, los neotrujillistas, usando las libertades que su defendido cercenó, han montado una campaña por todos los medios disponibles, para “lavar” la imagen del dictador y reescribir la historia. El último episodio es el de dar por válido los informes desclasificados del gobierno de los Estados Unidos, donde se vierte todo el lodo posible para mancillar honras de héroes, a partir de declaraciones de torturadores y calieses.
En un libro que estoy escribiendo, plasmé un texto que puede ayudar a las nuevas generaciones a entender muchos de los comportamientos que se expresan en la vida política y social de la nación. El arribismo, el caliesaje y la corrupción pública presentes hoy, forman parte inseparable de “los aportes de Trujillo” a la cultura política actual. Helo aquí:
“Había más preguntas que respuestas acerca del curso que debía tomar el país. La dictadura había terminado. Con su carga de oprobio y humillación sobre una población mayoritariamente analfabeta e inculta, desnaturalizó el alma nacional. Hizo del dominicano un ser desconfiado y, a la vez, maravillado ante los oropeles del poder. Fueron treinta y un años de culto a la personalidad de un hombre. Fueron treinta y un años dividiendo y desgarrando familias; promoviendo la execrable conducta de la delación del familiar, del amigo o del vecino. Fueron treinta y un años donde Trujillo terminó de patentizar y normalizar el robo de lo público a través de la actividad política y del Estado.
Su impronta, más que los edificios y la infraestructura del Estado que ayudó a establecer (por igual se crearon en otras naciones), marcó terribles deformaciones psicológicas, éticas y conductuales que aún le sobreviven, no porque él las creara, sino porque desde el control absoluto del Estado, las promovió, las aplicó y las acentuó. El autoritarismo, la propensión a la violencia moral y física para eliminar al adversario; ese placer de la clase política por adular a los presidentes y desprestigiar a sus compañeros ante el poder, para ganar influencias y recibir canonjías; el amor alucinante por el dinero público que ha enriquecido a tantos en los últimos sesenta y tres años, no es casual, todas estas desviaciones éticas e ilegales, se alimentan de aquellas prácticas perversas convertidas en parte de la cultura política del país por aquel hombre que secuestró toda una nación para ponerla a su servicio”.Por: Carlos Amarante Baret;-
@CarlosAmaranteB
Cbaret@email.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario