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sábado, 1 de mayo de 2021

Saltitos para la distracción

UMBRAL,,,,       
Payasos, ani­males entre­nados, chicas y hombres ági­les desafian­do la física y burlándose de la anatomía, hacían de ma­labaristas, equilibristas, es­capistas, contorsionistas, trapecistas, titiriteros, ven­trílocuos, tragafuegos, zan­queros, forzudos y magos. Era el circo, esperado y con­currido, que yo disfrutaba desde la primera fila con mi familia, hasta que, por de­cisión del animador, y sin consultarme, me convirtió en parte del espectáculo al sacarme del público y poner­me en manos de una suerte de prestidigitador teatral que manipulaba mi cabeza, bra­zos y cintura con el pretexto de entrenarme en su oficio, porque, según una voz am­plificada por los parlantes era muy fácil de aprender.
El público se divertía sin parar, y en estallidos de ar­mónicos coros de risas, son­risas y carcajadas, daban reconocimiento a las ma­niobras del cirquero, mien­tras yo pensaba que la re­acción se debía a la torpeza con que yo respondía a los estímulos o “entrenamien­to” de mi “instructor”. Lo cierto era que aquellos clí­max, acompañados a veces de estruendosos aplausos, eran una respuesta a la ca­pacidad de distracción que, tras minutos de trabajo in­tenso para “entrenarme” en un nuevo oficio, descu­brí, cuando al solicitarme por segunda vez la hora con la “intención” de saber el tiempo que tomamos en el “training”, mi reloj no es­taba en mi muñeca sino en su bolsillo y, para colmo, al solicitarme mi correa pa­ra continuar en la faena de instructor, descubro, com­pletamente desconcertado, que estaba en su cintura.

Esa experiencia que pudo incluso relajar los esfínteres de algunos agudizó mi olfa­to. Diría que me convirtió en sabueso, en un rastreador de distracciones, las que no sur­gen de manera espontánea, pues son el producto de una planificación elaborada por expertos; por gente prepara­da para estos fines, sea en el área de la publicidad, de la política, de la guerra, o, como vimos, en la del entreteni­miento ( además de ser una práctica habitual hasta entre los ladrones de poca mon­ta), por ello siempre pongo mucha atención en los movi­mientos secundarios, en los que no son visibles, ya que pudieran esconderse los fines que ocultan las escaramuzas, como los verdaderos dispa­ros se pueden ocultar detrás del ruido de los fuegos artifi­ciales.

La distracción es arte del engaño que a veces se que­da en burda artesanía, en un producto de elaboración primaria, tan rústico que a simple vista revela la in­tención de la estafa, como aquellas capturas de recu­rrentes saltitos en el campo para evadir algún pequeño charco y que fueron conver­tidos en un acontecimien­tos noticiosos, de carácter épico, con rango histórico, en hechos de profunda sig­nificación patriótica que se repitieron en las primeras planas de los diarios, que fueron motivos de comen­tarios y “profundos” ejerci­cios conceptuales de “aca­démicos” que convirtieron las aulas en simposios so­bre el fenómeno, farandule­ros que analizaron el estilo de su ropa, de comentaris­tas deportivos que resalta­ron las condiciones atléti­cas del saltador; en fin, que así, como botón de mues­tra, mientras compraban en 28 mil pesos una estufa de mesa de 2 mil, se aplaudía el circo.

Por Manolo Pichardo ;-

mapich@gmail.com 
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