Los que lo han desafiado, negándose a adoptar medidas de precaución, están pagando cara su osadía: han quedado estremecidos por sus síntomas o murieron bajo inenarrable agonía.
De ahí que ahora, más que nunca, debemos tomar en serio su real y sinuoso comportamiento en ambientes cerrados o abiertos y tratemos de escapar de sus garras y salvarnos como podamos.
Hasta prueba en contrario, las medidas preventivas más apropiadas (hasta que lleguen los medicamentos o vacunas inmunizadoras) son tres: usar siempre mascarillas, lavarse continuamente las manos y mantener distancia de persona a persona.
Adicionalmente, los confinamientos domésticos forzosos, por medio del toque de queda, han sido concebidos para dispersar a la masa humana de los espacios o recodos en los que el virus gravita.
Pero no todos los ciudadanos, y ni qué decir de los incrédulos, aceptan cumplir rigurosamente estas reglas. Y hay quienes las han cumplido, pero se contagiaron al descuidarse o al relajar las medidas, como muchos han confesado.
En vista de que la responsabilidad de combatir el virus no es exclusiva de un gobierno ni de sus estados de emergencia, el “sálvese quien pueda” dependerá de cada ciudadano, según su razonable conciencia.
Tomado del editorial de
de la fecha ;-
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