Hasta hace pocos aƱos. el maestro dominicano era autoridad sagrada y segundo padre. Hoy no es ni lo uno ni lo otro.
Bajo la disciplina que imponĆa su propia majestad de educador y el
hecho de que fuese un trasmisor del saber, el maestro se acreditaba como
figura de respeto y admiraciĆ³n.
Cuando la educaciĆ³n domĆ©stica era, tambiĆ©n, un elocuente reflejo de
los valores de entonces, el maestro fungĆa en los hechos como un segundo
padre, al que habĆa que escuchar y obedecer.
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