Donald Trump no gobierna, ordena, no dialoga, impone, no negocia, presiona, el se comporta como alguien que nunca superó su infancia de riqueza garantizada, donde todo se conseguía sin límites y donde la palabra “no” jamás tuvo cabida, esa mentalidad de heredero absoluto se convirtió en su manual político. Por eso, cuando llego a la Casa Blanca, no llegó como presidente, llegó como si por fin hubiera conseguido el rol que siempre quiso: el de Emperador y, un Emperador no pide permiso, reorganiza el mundo según su humor del día.
Recibir en la Casa Blanca al presidente interino de Siria, Ahmed al-Sharaa, un líder salido del caos de la región, cuya legitimidad internacional era débil hasta que Trump decidió elevarlo, esa recepción fue la señal: “yo decido quién se sienta a mi mesa y quién no”, luego vino Mohammed bin Salman, príncipe heredero saudí, señalado por la CIA como quien ordeno el asesinato del periodista disidente saudí Jamal Khashoggi, Bin Salman fue recibido no como aliado diplomático sino como socio estratégico de un proyecto personal donde Trump marca jerarquías a conveniencia, primero Siria, después Arabia Saudita.
La agenda no la dicta el Departamento de Estado, la dicta él.
En América Latina el guion es más descarado todavía, en Argentina empujó el ambiente electoral para colocar al partido de Javier Milei donde quería, lo celebró como triunfo propio y lo vendió como prueba de que su influencia no reconoce fronteras, en Honduras se involucró sin disimulo y apuntó su dedo hacia Tito Asfura, lanzó advertencias, condicionó relaciones, dejó claro que si su candidato no resultaba victorioso habría “consecuencias”, mientras asomaba la carta del indulto al expresidente Juan Orlando Hernández, condenado por narcotráfico, todo convertido en moneda política bajo el criterio único del hombre que se cree árbitro de la justicia y dueño del tablero hemisférico.
En Nueva York hizo lo mismo, pero a lo interno. Amenazas abiertas contra el candidato demócrata a la alcaldía Zohran Mamdani, un mensaje claro hacia los votantes: “si no votan por el mío, habrá problemas”, al final en Nueva York no se pudo salir con la suya. Ni un Emperador romano habría sido tan descarado en su intento de intimidar a los suyos.
Y si de intimidación se habla, lo que ha hecho en el Caribe merece capítulo aparte, el despliegue militar en la zona, presentado como lucha contra el narcotráfico, suena más a demostración de fuerza que a política estructurada, se han normalizado los operativos en alta mar, donde embarcaciones "sospechosas" reciben ataques letales antes de que cualquier tribunal pueda enterarse del caso y, mientras eso ocurre en el mar, en tierra firme sus funcionarios repiten el tono sin filtro.
En el Palacio Nacional de República Dominicana, el secretario de Defensa, Pete Hegseth, lanzó una frase que recorrió la región, quien con todo histrionismo expreso: "lo vamos a asesinar, los mataremos, seguiremos matándolos", refiriéndose a los operativos letales contra supuestos narcotraficantes a bordo de "narcolanchas", fue un mensaje crudo, directo, sin diplomacia, un mensaje dicho en la sede presidencial de un país, como si se tratara de avisos que se dan en el patio de una base militar y, lo más revelador y humillante no fue la frase, sino qué los presentes en ese acto se levantaran a aplaudir como FOCAS, las amenazas y sentencias dictadas por Mr. Hegseth.
Al mismo tiempo, la DEA bajo la dirección de Terry Cole se ha convertido en un brazo operativo que responde más a la narrativa política del presidente que a una misión institucional, la línea entre combate al crimen y conveniencia electoral se difumina cuando las prioridades se deciden por simpatías, alianzas estratégicas o beneficios futuros.
Esa es la esencia del problema, Trump no ve aliados ni enemigos, ve piezas, levanta presidentes, hunde rivales, premia dictadores, amenaza votantes, presiona gobiernos, perdona condenados si le conviene, convierte a países enteros en ejemplos o advertencias según el momento. Él decide quién es “bueno”, quién es “utilizable”, quién estorba, quién se arrodilla y quién debe ser empujado al vacío, no es política exterior, es control, no es diplomacia, es dominación.
Y lo más grave: sigue encontrando gente dispuesta a aplaudirlo, gobernantes dispuestos a recibirlo con sonrisas, partidos dispuestos a alinearse, y regiones enteras que no tienen cómo detener la expansión de alguien que no quiere ser presidente del mundo, porque eso ya le queda pequeño. Él quiere ser Emperador. Y actúa como tal.
El riesgo no es Trump, el riesgo es que el resto del planeta siga tolerando "o temiendo" a sus ínfulas de Emperador.
@BienvenidoR_D
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